El matrimonio es una de las instituciones más antiguas de la sociedad que permanece hasta el día de hoy.
A lo largo de los siglos, no podía dejar de sufrir cambios en cuanto a los motivadores de su establecimiento, concepciones culturales, formas de elección de pareja, entre otros aspectos.
En la antigüedad se defendía el matrimonio para la procreación y continuidad de la especie humana. El padre, por tanto, tenía la función de proteger y proporcionar alimento a la descendencia, reduciendo las posibilidades de mortalidad del recién nacido. Con el tiempo, este papel se redujo con el aumento del control estatal y la influencia sobre las familias.
En el cristianismo, el matrimonio pasó a ser defendido por São Paulo como una alternativa a la fornicación, que era considerada un pecado ligado a la lujuria por tratarse de una relación sexual entre personas que no estaban involucradas en el matrimonio, por lo tanto, sin intención de procrear.
En tiempos en que las mujeres vivían completamente bajo el dominio físico y emocional de los hombres, casarse era el camino impuesto por el padre, quien elegía al novio de acuerdo a sus creencias, valores e intereses sociales. Es bien sabido que el derecho adquirido por la mujer a elegir pareja para establecer el matrimonio o la libertad de no formarlo es reciente. Del mismo modo, se produjeron otras conquistas, como el derecho al voto.
Es un hecho que los matrimonios han durado cada vez menos en occidente y, ante esta coyuntura, muchos se preguntan: ¿por qué las parejas antiguas permanecían más tiempo en comunión? Las respuestas y posibilidades son muchas, pero creo que una de las principales está relacionada con el declive de la dominación femenina y el fortalecimiento de las concepciones feministas, fundamentales en el constante movimiento de liberación.
Hasta el siglo pasado, la mayoría de las mujeres eran colocadas en una posición de sumisión y total dependencia económica de los hombres. Con la emancipación de la mujer, que comenzó a participar en los círculos laborales y políticos, muchas dejaron de depender económicamente de un matrimonio que no las satisfacía emocionalmente.
Hoy, aún con toda la emancipación de la mujer, no es raro encontrar resistencias e inseguridades, no solo de parte de las mujeres, para terminar una relación matrimonial.
La pregunta que me hizo escribir este texto me la hizo un nuevo cliente, que vino a mí para entender cómo funciona la psicoterapia. Dijo que le gustaría hablar sobre los problemas que siempre ha enfrentado en su matrimonio, pero que tenía miedo de mencionarlo. Por un momento se me ocurrió que la cliente anhelaba que mi discurso le asegurara que la psicoterapia no era responsable de la ruptura de su matrimonio.
Lo cierto es que la psicoterapia, más aún dentro de la orientación psicoanalítica, apoya el deseo del sujeto, por lo que no debe ponerse en el lugar de trasponer la decisión privada. De esta forma, romper los lazos del matrimonio es un acto de quien decide, y es la autonomía de elección, cualquiera que sea, la que se pretende viabilizar a través de la psicoterapia.
Lo que la psicoterapia rompe, si el paciente lo desea, son las repeticiones de conductas basadas en situaciones traumáticas, miedos e inseguridades inconscientes. Otro aporte importante de la psicoterapia se refiere a la posibilidad de comprender qué motivó la unión de la pareja, y estos motivos pueden ser muy variados: búsqueda de seguridad económica, seguridad emocional y estatus social; atracción sexual; baja autoestima; miedo a la soledad; deseo de formar una familia; escapar de la casa de los padres; libertad sexual; buscar una figura materna (o paterna); e incluso amor.
A partir de esta comprensión adquirida en el proceso analítico, se puede cambiar mucho en las percepciones sobre este consorcio. Es esta información la que hace posible elegir si mantener o no una relación.
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No podía dejar de mencionar que también es posible comprender cuál es la posición que ocupa el analizando en este matrimonio y cuál es la posición subjetiva que le asigna a la pareja. Así, la pregunta que queda para el analizante es: ¿qué sostiene hoy su relación?
El matrimonio puede, en efecto, sobrevivir a este cuestionamiento, ya que el sujeto podrá afirmarse conscientemente a sí mismo: “A pesar de lo que ahora sé, es posible, y deseo, mantener esta unión”.
