Recuerdo el dÃa que tuve mi primer amigo peludo, un caniche, cuando tenÃa solo 3 años.
Mi padre llegando con ella en brazos, era una bola de pelo, literalmente.
Decir que le habÃa ganado esa lindura a una señora, que habÃa trabajado de electricista.
Luego recuerdo rodar con ella por el suelo, mi cabello se convirtió en una maraña de nudos, y mi madre decÃa que mi cabeza parecÃa un nido de ratas.
Tengo una foto de un dÃa feliz… Salimos a caminar en familia en una cascada. Estábamos mi padre, mi madre, mi tÃo y tÃa favoritos, mi querido Puppy y yo. Llevaba un vestidito con mi cabello negro lacio sobre los hombros y mi clásico flequillo adornando un rostro muy blanco con ojos verdes resaltados. Puppy estaba sentada a mi lado, su largo cabello blanco ondeando al viento. Aún hoy cuando veo esta foto en blanco y negro, sin mucha claridad, lloro de nostalgia por ese dÃa.
También recuerdo el dÃa más triste de todos, a la altura de mis 5 años.
Yo llegando a casa de la escuela y llamando: Puuuppy!! Cachorro…
Y ella no estaba asustada en la puerta esperándome como siempre.
Mi abuela materna, con mucho tacto en sus palabras, me dijo la verdad; que habÃa salido a la calle y comió algo, posiblemente envenenado, y llegó salivando espuma. Que trató de darle leche, pero lamentablemente no pudo resistirse.
Su cuerpecito peludo se podÃa ver de lejos, dentro de una caja de cartón, estático, al lado de la lavadora de mamá. Fue lo máximo que pude ver. Y nunca olvides
Poco después perdà a mi abuela paterna, pero no me informaron de esta pérdida. Solo justificaron su repentina ausencia, quien estarÃa en el hospital recuperándose de una enfermedad. Una enfermedad que nunca se curó, hasta que un dÃa miré la imagen descrita arriba y me di cuenta de que mi abuela probablemente estaba en el mismo lugar que Puppy. Asà vivà el duelo de mi nieta y volvà a llorar por la pérdida del perro. En cierto modo, el animal me fortaleció y me preparó para enfrentar la pérdida.
Después de eso tuve innumerables perros adoptados de la calle, gatos, loros, peces, codornices, tortugas y un terrario con mariquitas.
Y cada vez que uno de ellos se iba, para no volver jamás, yo sufrÃa.
Actualmente es un padecimiento programado, sé de la vida estimada de cada uno de ellos, asà que de alguna manera trato de organizarme emocionalmente y conformarme. Pero al final, sufro de todos modos.
Un amigo preguntó una vez; te gusta sufrir Sabes que estos animales tienen una vida corta, ¿por qué los tienen?
RespondÃ: porque, antes de sufrir con su muerte, vivo intensamente el amor más puro, incondicional y desinteresado, que sólo un animal sabe ofrecer.
Tengo historias increÃbles con mis perros.
Una vez, cuando estaba embarazada, me bajó la presión mientras me duchaba y perdà el conocimiento. Any, mi segundo amigo caniche, fue al área de lavado y comenzó a ladrar en la ventana, de una manera completamente diferente. Mi vecina notó algo muy extraño en los ladridos, le pidió a su hijo que saltara en esa área y le abriera la puerta. Y asà lograron salvarme. Ella yacÃa allÃ, inconsciente.
Entonces ese mismo perro, con sus mismos ladridos fuertes, me avisó cuando mi bebé se estaba ahogando en la cuna, ya que habÃa migrado debajo de la cuna y dormÃa la siesta con él. En otra ocasión, cuando gateaba y estaba a punto de agarrar con su manita una oruga verde fluorescente, pude escuchar de nuevo sus ladridos estridentes. Este ladrido era único, si ladraba podÃa salir volando porque algo muy malo estaba por pasar.
Hasta el dÃa que salió a caminar por la vereda frente a mi casa, ya una anciana sin mucho oÃdo, no se dio cuenta del auto y la atropelló.
Estaba amamantando a mi segundo hijo, el hecho sucedió como a las dos de la tarde, a las seis no me salÃa ni una gota de leche de los senos. Durante una semana, mi bebé me miró y vio mi cara triste y sonrió tratando de consolarme por la pérdida de mi mejor amiga.
Para mÃ, no es solo un perro el que muere. es un amigo
De esos especiales, con los que siempre puedes contar en los peores momentos, que te secan las lágrimas, que está presente respetando tu momento y nunca te deja solo.
Actualmente, tengo el amor envuelto en pieles que cuida amorosamente a Mimi. Siempre cerca, una dama, silenciosamente acostada sobre mis pies, mientras escribo algunas lÃneas.
Con los perros aprendà a leer la expresión de los ojos. Como no pueden hablar, sé codificar lo que necesitan de esta manera.
¿Qué tiene de especial?
Yo uso la misma técnica con los niños, que son otros seres puros. Los trato a diario, soy educadora alimentaria, y muchas veces, sin que los niños me cuenten sus percances o las razones que están provocando el desequilibrio alimentario, me entero con solo observar.
Me volvà muy bueno en eso, y absurdamente sensible.
Los perros gruñen a las personas, digamos, menos veraces de lo que aparentan ser. No gruño, pero lo sé, al igual que ellos, y prefiero mantener la distancia.
Otra hermosa enseñanza que aprendà de la raza canina es la lealtad, y también cómo mantener mi corazón cálido e involucrado en la compasión por los demás, sean humanos o no. Soy absurdamente intolerante con el maltrato a quienes no pueden defenderse, ya sean niños, ancianos, personas especiales o animales.
Huelo fingimiento y maldad desde lejos.
SÃ, tengo que andar casi con los ojos vendados por las calles, porque sino salgo a rescatar perros abandonados. Estoy cuidando un labrador en este momento, Cocoa. Hoy hermosa, pero hace 1 mes era un saco de piel y huesos, anémica, desnutrida y llena de garrapatas, con un tumor en uno de sus senos, hambrienta y abandonada a su propia suerte.
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Quiero aportar al mundo, y dejar dos ciudadanos más solidarios y menos egoÃstas. Por eso, enseño a mis dos hijos a respetar a todos y cada uno de los seres vivos, ya sea de la raza humana, del reino animal o vegetal. Entreno sus ojos para que se vuelvan hacia las súplicas, para que no se vuelvan inmunes a los sufrimientos de los demás. De esta manera, los involucro en ocasiones donde puedan ejercer esta práctica.
Necesitamos urgentemente un mundo mejor para vivir, pero primero tendremos que ser mejores para el mundo.