La cultura de la estética perfecta en la que estamos insertos no sólo crea la dictadura de la belleza, sino que acaba llegando a niveles más sutiles como en las relaciones amorosas de las personas mayores.
Es muy común asociar el amor y el sexo con los jóvenes. Para los más experimentados quedan las relaciones asexuales. A los mayores se les “permite” amar a sus nietos y familiares, pero cuando se trata de relaciones románticas, parece antiestético a los ojos de la sociedad.
Imagínese la confusión de una abuela al presentar a su nuevo novio a sus hijos y nietos. Lo que más ocurre en nuestra sociedad es la no aceptación inmediata, porque existe un tabú de que al pasar por la menopausia una mujer retira su sexualidad, lo cual es un tremendo error.
Las pasiones en este momento de la vida traen de vuelta sentimientos, emociones y recuerdos adormecidos que asustan a los niños, que ven a los padres sólo como padres y madres, y no como personas que sienten y enamoran.
La realidad es que no hay edad para emocionarse, amar o hacer el amor. Un estudio realizado en Estados Unidos por el gerontólogo Richard Schultz demostró que las personas mayores experimentan la emoción y el afecto con la misma intensidad que las personas más jóvenes. La diferencia es que los mayores tienen más experiencia.
El amor y la pasión no solo están condicionados al cuerpo, involucran nuestra alma, nuestras percepciones y nuestro mundo interno. Los cambios corporales naturales a lo largo del tiempo no silencian los deseos y afectos.
De hecho, el amor revitaliza, mejora la autoestima y trae la voluntad de vivir con más alegría.
