Todas las personas son buenas, si conocemos la forma correcta de tratarlas de acuerdo con el conocimiento de su historia.

Imaginemos un bloque de arcilla, mojado, listo para ser moldeado. Somos ese bloque en el momento de nuestro nacimiento. Y, si la composición mineral de la arcilla es el paralelo de nuestra genética, las manos de quienes la moldearán son el paralelo del entorno y de nuestras experiencias.

El bloque está ahí, le toca a las manos trabajarlo y perfeccionarlo, darle forma y estructura. El barro, antes de ser una pieza, era sólo barro. La persona, al nacer, es sólo un contenedor dispuesto a absorber información y conocimiento.



Estamos limpios, somos hojas en blanco. Hay instintos básicos que están en nosotros desde el principio, pero el mal no es algo que nace con nosotros. Creo que todo ser humano es básicamente bueno (en el sentido de ser puro); y, cuando demuestra lo contrario, hay una explicación para este hecho.

Todas las personas son buenas, si conocemos la forma correcta de tratarlas de acuerdo con el conocimiento de su historia.
Pexels/Sharefaith

Cometer el mal proviene de motivos, de historias de vida duras, de malos ejemplos, de crueldad, a veces de falta de elección y algún porcentaje de herencia genética. Nos corresponde a nosotros no recriminar y juzgar en el primer minuto. Más bien deberíamos tratar de adaptar y dar forma a nuestra visión para que podamos tratar de entender por qué alguien es así.

“Somos el resultado de un porcentaje genético y del entorno. Somos un patrimonio, nuestra genética en conjunto con nuestras experiencias”.

La empatía se vuelve imprescindible. Debemos sentir al otro, ver el mundo a través de sus ojos y luego introducirlo en el mundo que no ve.

El punto de vista es sólo un punto de vista.

Cuando la persona es acogida, también puede acoger y ver lo que mira, pero ahora desde otra perspectiva: la perspectiva de su interlocutor.


Entonces ella será flexible y aprenderemos de la historia de vida de este otro ser. A veces el mal viene solo por falta de oportunidad, por falta de ayuda. A veces no perdemos el tiempo suficiente para escuchar y, quién sabe, encaminar al otro hacia otra perspectiva, mostrarle opciones y caminos alternativos que, de alguna manera, su ira no le permite ver.


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Nosotros, como seres humanos, somos un universo de posibilidades; y cuando nos enfrentamos a la decepción, la pérdida, el dolor, el abandono, la falta de comprensión, podemos dejar que brille nuestro lado más oscuro.

Cuando se da demasiado espacio al dolor y la incredulidad, los sentimientos como la tristeza, la ira o la malicia tienen más terreno para florecer. Al otro le toca ser jardinero, separando el trigo de la paja y dando oportunidad a las buenas semillas para que crezcan.

Si nuestra experiencia de vida, el entorno en el que nos movemos y las personas con las que nos relacionamos tienen un gran peso en el equilibrio de nuestra personalidad, no debemos olvidar lo que llevamos dentro, nuestra herencia genética, nuestra memoria celular, que lleva huellas y historias de nuestros antepasados.

Nos movemos entre el determinismo y la elección, entre lo que llevamos dentro y lo que elegimos para nosotros. Somos seres sobredeterminados. Este tema ha sido debatido por la comunidad científica con cierta frecuencia: tratar de entender qué porcentaje genético está presente en lo que somos, en lo que determina nuestra personalidad y actitudes. En esta batalla entre la genética y el medio ambiente, aún no se ha llegado a conclusiones definitivas, excepto que ambos nos representan poderosamente en todos los aspectos de nuestra experiencia.


entrar en el otro

Cuando entramos en la mente del otro, al menos podemos imaginar sus referencias. Hacer un trabajo intelectual para entenderlo y reubicarlo es un talento que pocos sobresalen en la sociedad actual.

En otras palabras, la clave es ser humilde. Esta humildad será nuestro mecanismo de entrada a este universo que no nos pertenece, pero que queremos desvelar. Tenemos que ser lo suficientemente humildes para saber escuchar, para dar espacio a quienes necesitan hablar.


Debemos escuchar especialmente con disposición e interés para que se cree una empatía sincera y el otro se sienta seguro para que podamos entrar en su espacio. Debemos escuchar con la conciencia de que el otro tiene cualidades y capacidades y valorarlas.


Todas las personas son buenas, si conocemos la forma correcta de tratarlas de acuerdo con el conocimiento de su historia.
Pexels/Artem Beliaikin

En nuestra vida, no tenemos tiempo para profundizar conocimientos en todas las áreas, para saber de todo lo que nos interesa, pero ese otro puede ser una puerta de conocimiento, cuando estamos dispuestos a escuchar, a absorber. La humildad proviene de una conciencia muy racional, y debemos dejar que se implemente en nosotros como mecanismo de conocimiento y oportunidad.


“Ser humilde es la clave para entrar en el universo del otro. Es la forma que tenemos de desentrañar y ayudar”.

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