“El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojarle la piedra”. Juan 8:7
Una vez, los escribas y fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio ante Jesús en el Templo. Según las tradiciones de la época, la mujer adúltera debía ser apedreada.
Cuando se le pregunta qué deben hacer con ella, Jesús no responde de inmediato. Simplemente se inclina y escribe algo en la tierra con el dedo. Cuando le insistieron, Jesús se levantó y dijo la famosa frase: "El que de vosotros esté sin pecado, que sea el primero en tirarle la piedra".
Entonces todos se retiran en silencio, dejando solos a Jesús ya la mujer. Luego pregunta: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? A lo que ella responde: “¡Nadie, Señor!”. En ese momento, Jesús dice que él tampoco la condena y le pide que se vaya y no peque más.
Esta es una de las historias más importantes de la Biblia, en la que Jesús muestra el poder del perdón. Debemos estar dispuestos a perdonar los errores cometidos por los demás, sean los que sean. No estamos aquí para ser el juez de nadie, porque ni siquiera Jesús lo fue.
No se nos ha dado autoridad para apedrear a nadie, física o moralmente, bajo ninguna circunstancia, por mucho que podamos sentir emociones negativas o incluso bajo la fuerza de una ley, que en sí misma sería injusta.
Todos cometemos errores y podemos, eventualmente, desviarnos del camino de perfección anhelado, pero eso no significa que debamos ser considerados seres destinados a una terrible condenación.
Siempre hay una opción por la cual podemos reconstruirnos, siendo devueltos a una vida corregida. Es digno de la naturaleza humana perdonar, y también es apropiado que aquellos que hacen el mal tengan la oportunidad de mejorar y corregir el resultado de sus acciones.
¿Y cuántas veces debemos perdonar? “Hasta setenta veces siete”, según Jesús, como leemos en Mateo 18-21, es decir, siempre que seamos insultados o agredidos.
Perdonar tiene, en la raíz de su palabra, el sentido de la donación, cuando nos permitimos no ser víctimas, sino eliminar cualquier rastro de amargura o resentimiento.
De todos modos, deshagámonos de las ataduras que las emociones negativas pueden proporcionar, trayendo alivio y esperanza a la humanidad, con la tranquilidad tan deseada por todos.
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Finalmente, recordemos lo que está contenido en la oración del “Padre Nuestro”: perdona y serás perdonado.
