perturbación diaria

    Todavía estamos en el período de quedarse en casa más que caminar. Tiempo atrás, el significado de quedarse en casa podría traducirse como vivir momentos de paz y descanso.

    Bueno… tengo la impresión de que este concepto está totalmente desactualizado en este momento. Si tienes la suerte de poder realizar tus funciones laborales en la comodidad de tu casa, sin tener que viajar y estar más expuesto al virus, sin utilizar el transporte público, sin dar servicio directo a tus clientes, puedes estar sujeto al son de los “reformadores pandémicos.



    Además de que muchas personas trasladan a la casa actividades laborales, que antes se realizaban en oficinas, tiendas, talleres, entre otros lugares, me da la impresión de que la inquietud y la monotonía de esta estancia obligada ha hecho que muchos la gente busca modificar el entorno literalmente. Otro motivo es la imposibilidad de gastar dinero en viajes, ropa, perfumes u otras frivolidades que las personas con los bolsillos más llenos encuentran imprescindible hacer en la vida.

    De ahí viene la perturbación cotidiana que da título a este texto.

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    El otro día estaba escuchando una radio vía red social, que también se ha convertido en una costumbre en estos muchos meses que estoy más en casa que en la calle. Uno de los presentadores transmitió el programa desde el balcón de su propio departamento. Controlar el ruido familiar puede incluso haber sido una tarea fácil, estableciendo reglas de circulación y acceso al lugar de trabajo. Sin embargo, ¿cómo controlar a un vecino que decidió reformar toda la propiedad a martillazos interminables, taladros locos y cortes de baldosas de cerámica? Un ruido que se escuchó claramente en el programa, ya se imaginan cuánto contribuyó a desconcentrar al mencionado presentador, ¡quien profesionalmente se esforzaba por mantener la calma y trabajar en paz! Y dentro de la individualidad que todos tenemos derecho a tener, la vida en comunidad se convierte en un terror.



    Es una lucha diaria, utilizando auriculares, para intentar reducir el impacto que provoca el fenómeno del agresor externo. A menudo, incluso este artificio no es suficiente para aliviar la situación. Pero se podrá tener una conversación con el vecino, para que las obras se terminen pronto o se realicen en otro momento, sin ir más allá de la regla del condominio. Solo un detalle: los que viven en casa sufren un poco más, porque no hay regimientos parecidos a los condominios. El sentido común y la regla del buen vecino son más importantes, a veces bastante ausentes en la interacción entre las partes.

    En el caso del presentador, puede ser posible, ya que el programa se realiza en la madrugada. Pero los albañiles también suelen empezar temprano su rutina, ¿no?

    Pero… ¿qué pasa con aquellos que trabajan todo el día frente a una computadora, con innumerables reuniones en línea? ¿O los estudiantes, que ya están teniendo tantas dificultades para concentrarse para asistir a unas clases interminables, todavía sin contacto social? Y también podemos recordar a las personas que todavía están enfermas, afectadas por el COVID u otra enfermedad, que se les haya podido complicar, por haber dejado para después esa necesaria visita al médico, por padecer algo que ya sucedía antes de la pandemia o incluso como problemas secundarios al contagio.

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    Vivir en comunidad no es solo un movimiento de empatía que todavía tenemos que identificar y aprender a hacer bien. No es solo encontrarse en la puerta del ascensor o en el pasillo y saludar con los actuales saludos de ojo sonriente. Recordar que la propia necesidad o deseo puede poner en riesgo la paz de los demás puede afectar la recuperación de problemas patológicos o mentales, tan sacudidos en estos años de 2020 y 2021.



    Además de un sinfín de obras, con la posibilidad de que un vecino termine y el otro inicie, tenemos desencuentros, que se acentuaron por el mayor tiempo de convivencia en el mismo entorno. Hay discusiones de lo más diversas, desde la sazón de la comida que no era buena hasta el hecho de no protegerse como es debido, como manda el protocolo. O porque alguien se siente sobrecargado con el exceso de servicio doméstico, o porque alguien está gastando demasiada luz, ya que el suministro ha sido cotizado muy alto por el monopolio actual.

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    El momento requiere un poco más de tranquilidad. Todos sufrimos fuertes presiones. Sin saber cuándo nos libraremos realmente de estas cadenas, de este miedo constante, de esta amenaza que nos ronda desde principios del año pasado, con grandes esperanzas de vacunación, tan combatidas por ciertas personas, con inestabilidades financieras, locuras políticas, nos han desbordado nuestro sentimiento a través de acciones bastante llamativas, como gritar, sumergirse en adicciones, depresión o simplemente la necesidad de un aislamiento real sin protocolo.

    Volviendo al exceso de ruido que no podemos controlar, es vital que busquemos soluciones rápidas y eficaces para que la paz y el silencio tan anhelados vuelvan al entorno restringido en el que estamos viviendo. Tal vez una solicitud directa, un diálogo franco con dicho vecino sea suficiente para resolver el impasse. Hacer lo imposible para alcanzar el objetivo que ahora es tan esencial implica un movimiento de pensar en el otro, no simplemente de empatía, porque las cabezas piensan de otra manera, sino de exponer el problema a quienes, aun inocentemente, no se habían detenido a pensar en lo que sucedió realmente podría causar a otras personas alrededor de la residencia misma.



    Si estás experimentando este tormento en tu rutina diaria, ¿alguna vez has intentado entablar un diálogo con tu ruidoso vecino? ¿Tuviste algún resultado? ¡Dime, tengo curiosidad!

    Después de todo, es necesario validar la famosa frase: “Hogar, dulce hogar”.

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