Nadie aparecerá para salvarte.

Era quizás la duodécima vez en ese día que accedía a mi correo electrónico para comprobar si tenía una respuesta. Cualquier cosa. También pensé en las publicaciones e historias en Insta y Facebook. Era posible que la respuesta viniera en forma de una pista publicada allí. Nada también. Las redes sociales y nuestras múltiples posibilidades de sufrimiento… Estoy lejos de ser del tipo conservador, pero a menudo siento nostalgia de la época en que la gente sólo sufría por la ausencia de una carta o una llamada telefónica.

Y he aquí que el vía crucis virtual se repetía en los días siguientes, naturalmente acompañado de la angustia, el miedo y la obsesión de quien busca la salvación de su propia vida en un lugar incierto.



Nadie aparecerá para salvarte.

Por qué, pero era poco probable que no respondiera. Después de todo, había puesto mis problemas más profundos en mi mensaje. Los que no tenemos el coraje de decir en voz alta, ¿sabes? Había revelado allí los pensamientos suicidas que habían estado acechando en mi mente durante mucho tiempo, que era el tipo de cosas a las que cualquiera con el más mínimo sentido de humanidad no se atrevería a no responder, ¿verdad?

¡Equivocado! Y parte del final de esta historia ya te lo puedo contar: la respuesta tan esperada no llegó. Y a la “aceptación” de eso, por supuesto, le siguió la ira, el dolor, la autocompasión y todos esos sentimientos que, llevados a un nivel aún más destructivo, nos convierten en uno de esos seres amargados que arrastran de por vida. tocando el terror en la vida de los demás.

Sé que tú, posiblemente, también has idealizado a las personas y, en momentos difíciles –como un episodio depresivo, que fue mi caso–, veías en ellos la posibilidad de salvación, anticipando en tu imaginación las palabras dóciles y las tan desesperadamente deseadas. caricia. Sé que, mamíferos que somos, necesitamos cariño. Pero también sé lo acostumbrados que estamos a, después de ceder nuestro poder personal (¡herencia divina!), delegar en otros la tarea de resolver nuestros conflictos y hacernos felices, lo que quizás se deba a que crecimos en una cultura Cultura occidental basada en una filosofía que exalta a un salvador (y esto de ninguna manera debe entenderse como una crítica al cristianismo, ni como una negación de Jesús como Maestro y modelo).



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Por supuesto, tomar la autorresponsabilidad como consigna no da a los demás un salvoconducto para ser crueles e indiferentes al dolor ajeno. Sobre todo porque la comprensión de que todos somos uno es un paso fundamental en nuestro proceso de evolución. Sin olvidar que el ejercicio de la ciudadanía implica la dedicación de cada uno a la promoción de la calidad de vida del otro.

Nadie aparecerá para salvarte.

El concepto de autorresponsabilidad, sin embargo, destruye la figura del héroe y nos devuelve la energía comúnmente invertida en expectativas desesperadas. Cuando somos conscientes (y elegimos vivir de acuerdo con esa conciencia) de que somos los únicos capaces de transformar nuestra propia existencia y que otros ya están involucrados en la suya, nos volvemos más resistentes al impacto del rechazo o la indiferencia.

Es esa vieja historia: cuando no creamos expectativas, no nos importa si el otro no hace algo bueno por nosotros; si el otro nos presenta la bondad de una ayuda, en cambio, una palabra, un favor o un abrazo, nos sentimos en el provecho, porque no esperábamos nada.

Sí, sé que hay personas malas, pero también sé que están nuestras idealizaciones y expectativas que muchas veces vilipendian a personas que nunca nos prometieron nada, que nunca tomaron la pesada y terrible responsabilidad de nuestra salvación.

También sé que ahí está nuestra incongruencia en que, tantas veces, exigimos al otro el papel de héroe mientras que nosotros mismos nos negamos rotundamente a asumir ese papel en la vida de alguien, lo que demuestra que, en el fondo, sabemos lo pesado que es esa responsabilidad Sé que existe nuestra necesidad, nuestro egoísmo, nuestro miedo, nuestra pereza y nuestra depresión.



Sin embargo, la vida requiere movimiento –o coraje, como diría Guimarães Rosa, un gran nombre de la literatura española– y los demás ya están demasiado metidos en sus propios conflictos, pues no hay quien no los tenga, aunque el el césped del vecino a veces parece más verde... Piénsalo.

Nadie aparecerá para salvarte.

 Solo lloré lo que tenía que llorar (que es muchísimo), me dediqué a actividades que suelen ayudar a despejar mi mente, fui a terapia, le pedí guía a Dios, presté atención a las señales y seguí viviendo. recaídas? Es claro que si. Vale la pena recordar que soy humano, después de todo.

Entonces, si esa respuesta no llegaba, si esa consideración que tanto necesitabas era solo una fantasía, haz lo siguiente: ve a tomar un chocolate caliente, pon esa canción que te levanta, camina un poco, siéntate en un árbol- plaza rayada y dedícate a una buena lectura (¿quién sabe “El confesor”, de Taylor Caldwell?). Y luego, cuando te sientas listo, échate agua en la cara, respira hondo y, como en una canción de Roupa Nova, “prepárate para empezar de nuevo”. Hay un barco esperándote para que tomes el timón.



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