La impulsividad y sus consecuencias

La impulsividad, cuando negativa, es una respuesta conductual instintiva e imprevista, por lo tanto, no racionalizada y desproporcionada a un determinado evento ambiental, percibida como un estresor, que puede traer daños a la vida personal, relacional y social, y generalmente es seguida por arrepentimiento. La impulsividad se relaciona con la dificultad de posponer la gratificación de algo, satisfaciendo el placer inmediato, por tanto, en detrimento de un bien mayor para el individuo o incluso para el grupo.

En la década de 70, el psicólogo Walter Mischel, profesor de la Universidad de Stanford, llevó a cabo el famoso experimento Marshmallow. Consistía en dejar al niño solo en una habitación donde le ofrecían un malvavisco. La regla se basaba en el siguiente aspecto: “Si el niño no se comía los dulces, en 20 minutos, obtendría dos dulces”. Este experimento evaluó la capacidad de retrasar la gratificación momentánea en aras de algo mejor en el futuro. Walter concluyó, al cabo de unos años, que los niños que retrasaban la gratificación controlando el impulso de comer dulces eran precisamente los que tenían mayor rendimiento académico y social, demostrando que el control de la impulsividad está directamente relacionado con la calidad de vida.



En otras palabras, actuamos contra nosotros mismos, nos disparamos en el pie. Después de un acto de impulsividad casi siempre llega el arrepentimiento, pero la actitud ya está tomada, la palabra ya está dicha y el daño ya está hecho, y no hay vuelta atrás. Por ello, es necesario discernir la diferencia entre la impulsividad negativa y la autenticidad, la espontaneidad o incluso la sinceridad, ya que son cosas muy diferentes.

La impulsividad y sus consecuenciasTodos mostramos un cierto grado de impulsividad, siendo este comportamiento fundamentalmente protector, pero equilibrado. Esto se debe a que nuestros comportamientos emocionales fueron seleccionados filogenéticamente para nuestra supervivencia. Presentan funcionalidad, no solo por casualidad. Citaré el miedo como ejemplo, una emoción que a menudo se considera negativa. El miedo, en su justa medida, tiene una función protectora, pues sin él podríamos comprometer nuestra vida. Por otro lado, este mismo miedo, cuando se exacerba, huye de esta propuesta de protección, provocando desórdenes, provocando pánico y frenando la vida.



Al ser una emoción disfuncional, la impulsividad negativa puede dañar las relaciones además de ser la fuente de mucho daño social y sufrimiento personal en todas las áreas de la vida. Por ello, las personas que presentan este patrón de comportamiento tienen más probabilidades de no completar lo planificado, de sabotear su alimentación, de entrar en juegos patológicos, adicciones y situaciones de riesgo en general.

Como todo tiene las dos caras de la moneda, la impulsividad también tiene su lado positivo, apoyando siempre la propuesta del equilibrio y basándose en conductas asertivas. El comportamiento impulsivo nos motiva y alienta en la búsqueda y ejecución de nuestros proyectos, nuestras realizaciones y logros. Sin embargo, la palabra clave "balance" nunca debe ser olvidado.

Para reflejar

Actuando con parsimonia y tolerancia, se salva una vida, se evita una discusión acalorada, menos personas son agredidas física y verbalmente y muchas flechas malvadas ya no serán lanzadas. Necesitamos aprender a posponer la recompensa, a tener la paciencia de esperar el momento oportuno para actuar, siempre desde el discernimiento.



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