No en vano el universo sitúa la fuente de la vida en cada persona. Todos tenemos la fuente que necesitamos para llevar a cabo nuestras tareas divinas en la vida. Conocerse mejor a sí mismo es la primera tarea para todos los demás. Cuando una persona llega a conocerse, comienza a darse cuenta de lo que la hace sentir bien, en completo bienestar y lo que no siente que sea esencial en su vida.
Comienza a identificar lo que permanece en tu vida y lo que no necesita ser. Comprender la diferencia entre ser y estar, entendiendo a la perfección los momentos que forman parte del “ser”, pues aprende que el ser es la forma de vida más hermosa y que cada persona ya tiene.
Es con gran amor que te aceptas exactamente como eres. Establece metas de vida que están de acuerdo con la esencia. Organiza la vida en lo primario y lo secundario y vive así contribuyendo al bien común. Es cuando asumes tu rol o función principal en esta existencia y colaboras con lo divino en cada momento.
Hace la vida más simple y más fácil de ejecutar, ya que se centra en lo que realmente es. Asume lo que tiene sentido y lo que genera vitalidad para tu propia vida. Comienza a tener la vida de los sueños, mientras te permites experimentar lo que el corazón y la esencia manifiestan.
Avanzar en los desafíos y vibrar de alegría en el proceso del camino aquí. Está orgulloso de estar colaborando con el proceso divino y así identifica la vida en todas las demás personas así como en otras formas de vida.
Comienza el sentimiento de amor, respeto y gratitud como manifestación divina de la vida que existe en mí y en ti. Todos los sueños empiezan a ser para ti y para los demás. Se mantiene la individualidad, se acaba el individualismo y la integralidad se apodera de la vida.
¡El bien común actúa sobre las personas haciendo realidad todos los sueños!
¡La alegría es el todo y la felicidad plena es el bien común y el amor más grande!
