Una de las premisas sobre vivir bien gira en torno al concepto de carpe diem, es decir, la idea de vivir cada día como si fuera el último. Es una buena forma de lidiar con las rutinas a las que te enfrentas a diario, pero como todo en la vida, también hay que mirarlo con cautela. Debemos disfrutar cada día, pero también debemos estar preparados para el mañana. La idea de “pasar la cena para pagar el almuerzo” es algo peligroso y puede traer problemas en el futuro.
Para llegar a “saber vivir”, primero necesitamos comprender el sentido de la vida para nosotros. ¿Qué es vivir para ti? ¿Cuáles son tus prioridades? ¿De qué vale enfocar esfuerzos para lograr metas, sueños y anhelos? Con base en definiciones como estas, es posible comprender mejor lo que significa “saber vivir”.
Después de reflexionar sobre lo que es la vida, entonces podemos pensar en acciones para saber vivir. Y surge un nuevo reto: la diferencia entre teoría y práctica. No siempre será posible hacer lo que queremos; de hecho, es una maravilla cuando logramos sincronizar y realizar simultáneamente el “querer”, el “deber” y el “poder”, aunque esto es muy raro. Casi nunca lo que quiero es lo que debo, ni lo que debo es lo que puedo y lo que puedo no es lo que quiero.
A partir de estas limitaciones, que pueden ser intrínsecas a nosotros, a la sociedad u otros factores, necesitamos determinar qué se debe hacer para suplir algo que no podemos hacer para satisfacer nuestras vidas. Por lo tanto, sólo cuando entendemos que es vivir es posible definir no solo una, sino varias acciones para que literalmente podamos “saber vivir”.
Texto escrito por Diego Rennan del Equipo Eu Sem Fronteiras.
