Estar solo no es soledad

“Hay una apertura en 'estar solo' que conduce a la plenitud”. –Zulma Reyo

Normalmente, no sabemos estar solos. Buscamos cosas para ocupar nuestro tiempo y espacio y nos volcamos en proyectos, personas e intensidades, hacemos cualquier cosa para no sentirnos solos. Muchas personas que dicen disfrutar de la soledad utilizan este aislamiento como excusa para hacer y ser lo que quieren, sin distracciones, sumergiéndose en alguna actividad para tapar su propio egoísmo y miedo a ser insuficientes y prescindibles. Esto no es estar solo.

Estar solo es un estado de experiencia pura, libre de límites o metas. Estamos en el centro de la experiencia, como observadores, pero sin descripciones ni reflejos. Sugiere una postura en la que somos una unidad, buenos, perfectos y, en cierto sentido, irrelevantes. No hay tiempo ni espacio en la experiencia del Sí mismo. No hay nada que criticar, nada de qué quejarse, nada con lo que competir, nada que lograr. Es una participación infinitamente sensible en la totalidad de la vida en un momento dado, tan profunda como sutil. Estar solo es la puerta de entrada a la alegría y la plenitud verdaderas y duraderas.



Estar solo no es soledad

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La soledad revela la necesidad de parámetros externos. Sin ellos, no sabemos quiénes somos ni qué hacer con nosotros. La misma idea de que estamos desconectados de la compañía, el apoyo y el contexto general de otras personas cataliza la desesperación frente a la inexistencia, la falta de importancia o la falta de valor que establece el punto de referencia para la confusión que equiparamos con el amor emocional. La verdad es que el amor no necesita de nadie, de nada y no llena el vacío de quien no se conoce a sí mismo. El amor es. Es un fin en sí mismo porque es quién y qué somos cuando vivimos la vida sin definiciones.



Desafortunadamente, nuestro concepto de vida se centra en la participación física activa. Un “hacer” que invariablemente requiere la presencia de otras personas, constante contexto y validación. Define todo nuestro mundo. Lejos de acercarnos, tal actividad, como el cuerpo que la realiza, nos separa de los demás y de la Creación. El hacer y el sentido que creamos en torno a él nos impiden sentir la vida directamente.

La personalidad es la contraparte invisible del cuerpo cargada de significados subjetivos.

Es limitado y limitante. Es inconcebible pensar que somos algo más que la colección de peculiaridades de lo que nos gusta y no nos gusta que definen nuestras reacciones ya nosotros mismos.

Para conservarse, la personalidad necesita “hacer” y “mostrar”. Ejercer poder y construir sentido.

En un mundo inconsciente, aprendemos a “hacer” en lugar de sentir o intuir. Aprendemos a identificarnos con las cosas que hacemos, reemplazando la conciencia imparcial con el pensamiento lineal. Es así que lo que hacemos y las cosas y las personas involucradas en ello se vuelven más importantes que el estado de ser. Entonces, cuando la conexión interna se hace imposible, nos invade un sentimiento de pérdida y nos imaginamos privados de lo que creemos real. En este punto, el miedo como ausencia del Ser ya se ha instalado y luego extiende su sombra: la soledad.

Nos convertimos en quién y en qué nos identificamos y luego creemos que ese es el núcleo de nuestro ser, sin reconocer la facultad interna que lo hace posible. La personalidad es el resultado de un mecanismo que utilizamos automáticamente. Sin embargo, en el centro está el Ser, un estado y no una condición del Ser.

Estar solo no es soledad

Estando solo, el movimiento que se percibe internamente es de abundancia inespecífica y no direccional. Vivimos la totalidad dentro de nosotros por afinidad y resonancia. Esto nos da una verdadera confianza como sujeto conectado con el todo. Una vez que se adquiere este enfoque, somos capaces de manejar la personalidad, ajustar nuestros recursos y reestructurar nuestro mundo.



“Ser” requiere una postura de estar solo para explorar la plenitud y el poder. Requiere la base sólida y sostenible adquirida únicamente a través de la experiencia del Sí mismo.

 Y no podemos hacer eso si estamos sujetos a definiciones. Todos y todo se sienten muy diferentes cuando abrazamos la profundidad de la intimidad y la plenitud de la satisfacción de estar solos como la experiencia más natural del mundo. Para llegar allí, tenemos que dejar de atascarnos con actividades, lo que incluye la planificación y el cálculo. Todo en su lugar y en la perspectiva correcta. Cuando se trata de nosotros y de la experiencia directa de la Creación, es necesario reemplazar el hacer por la sensibilidad y transformar el pensamiento en un amplio estado de conciencia.

Estar solos no nos impide ser quienes somos. Pero fallamos en participar en la dependencia infinita que creamos cuando nos identificamos con lo que hacemos y con lo que otros creen que somos. En el umbral del estar solo (todo es Uno), vislumbramos el océano en una gota de agua y la totalidad en el Uno. Esta unidad es lo que realmente somos.

La inteligencia que empleamos para construir nuestro mundo es una fuerza que requiere una guía consciente. Es invisible, es la dinámica más poderosa de la existencia, sin forma, sin límites y vacía de importancia propia.

El desafío que enfrenta un ser humano evolucionado es apropiarse del pleno conocimiento y responsabilidad que representa este extraordinario poder. Esto requiere la construcción en Conciencia de un puente entre nuestra Presencia, como ser único, y la personalidad consciente y temporal. Lo que significa elegir entre alinearse con las limitaciones o con la creatividad, con las cosas que construimos o con el poder que construye universos.



Texto original: Zulma Reyo

Traducción: Claudia Avanzi

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